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El heladero posa en su furgoneta de La Polar con todo preparado para trabajar y Mataleñas y Cabo Menor de fondo Javier Cotera
Tradición familiar

Aquilino, el heladero de toda la vida

Este santanderino de 78 años lleva vendiendo helados con sus furgonetas de La Polar desde hace más de medio siglo: «Esta pasión es heredada, viene desde mi bisabuelo»

Kevin Barquín

Santander

Domingo, 22 de junio 2025, 07:29

Media hora para las cuatro de la tarde. Aquilino Salas (Santander, 1948) sujeta un bocadillo de chorizo con su mano izquierda, mientras observa la portada de uno de los ejemplares de El Diario Montañés que tiene posados sobre el asiento del copiloto de su furgoneta de La Polar. Acaba de aparcar. Comienza su jornada. Un día más estaciona el vehículo frente a la playa de Mataleñas y pese a que el cielo se ha visto cubierto por varios nubarrones en poco tiempo, no con mucha expectativa, pero ya espera a sus primeros clientes. «Los niños vienen por la tarde, cuando salen del colegio», apunta en busca de un rayo de luz, aunque sin ocultar su presagio de que «parece que va a llover».

A menos veinticinco, el primer helado. De avellana. «Los favoritos de la gente son los de toda la vida: chocolate, mantecado y avellana», comparte. Aquilino cuenta que es el actual dueño del negocio. «Soy ya la cuarta generación», asegura orgulloso. Desde que lo fundase su bisabuelo Tomás en 1888 hasta hoy. Tomás, Plácido (su abuelo), Ángel (su padre) y ahora, Aquilino.

Un hombre de lo más sencillo que, como no puede ser de otra manera, piensa que los de La Polar son «los mejores helados de Cantabria». A sus 78 años, aclara que son él mismo y su compañero quienes fabrican los helados. En verano los elaboran dos, tres y hasta cuatro días a la semana, mientras que en invierno, con una vez al mes «es suficiente». «Leche, azúcar y las materias primeras de cada sabor»: esa es la fórmula secreta. La receta del éxito. Más de 130 años.

«Los sabores favoritos de la gente son los de toda la vida: chocolate, mantecado y avellana. Nuestro secreto está en la materia prima»

«De febrero a octubre vengo todos los fines de semana del año si hace bueno y no me marcho hasta que la playa se vacíe»

Aquilino se toma todos los días un helado, «siempre después de comer», y puntualiza que le gustan «más en invierno que en verano». En su tiempo libre, antes tenía varios hobbies: la caza, la pesca, el fútbol..., pero admite que «con la edad te va dejando de gustar hacer las mismas cosas». Ahora, en sus ratos de ocio, escucha la radio. «Hay programas muy buenos», señala con la autoridad que le otorga su larga experiencia.

«El mítico»

Omnipresente. Está en todas partes. A diario en Mataleñas, pero también en las fiestas de Cueto, en ferias y otros eventos relevantes de Cantabria, como la Vaca Gigante de surf. Tanto es así, que una clienta al pasar por delante de la furgoneta se refirió a él como «el mítico». Eso sí, ni con su antigüedad puede desplazarse para vender los helados a su antojo. «Tienes que pedir permiso y pagar por cada plaza», puntualiza. En total, son cinco las furgonetas que dirige Aquilino y que reparten cucuruchos y tarrinas por toda Cantabria. En su caso, excepto en noviembre, diciembre y enero, «si hace bueno, estoy todos los fines de semana en Mataleñas».

Aquilino lee un ejemplar de El Diario Montañés mientras espera que lleguen los clientes Javier Cotera

En cuanto al incremento de los turistas que acuden a la región en los últimos años confirma que lo ha notado mucho y, aunque no domina los idiomas, resume su experiencia con ellos en que «si tienen dinero compran y si no, no». Así de simple.

Hasta 500 euros puede hacer Aquilino en un buen día de verano. Vende más de cien helados. Los precios: 3,5 euros el sencillo y 5 euros el doble. «Veinte céntimos más de lo que costaban el año pasado». Asegura que el coste de todo, con el tiempo, aumenta. Recuerda que hace años los llegó a vender por 50 céntimos. Y cada vez es más común que el pago sea con tarjeta. Cuenta que en Santander «la gente solo paga con plástico», mientras que en los pueblos, «solo en efectivo».

Hasta que se aburra

De su jubilación tampoco le incomoda hablar. Aún no se pone fecha. «Hasta que me aburra», sentencia. Señala a sus nietos como posibles herederos, aunque lo ve difícil porque «todavía están estudiando». «Este trabajo da para malvivir, si fuese un buen negocio estaría jubilado o en las Bahamas», comenta irónico.

En 1950, La Polar se hizo con su primera furgoneta y desde aquel entonces, los vehículos de esta heladería recorren con asiduidad diferentes puntos de Cantabria. Eran ya las seis de la tarde y apenas había vendido una decena de helados. «Si queda gente en la playa, no me marcho», expone sin drama. Con Aquilino en Mataleñas, mientras quede alguien en la arena, siempre habrá un helado esperándole.

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