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Hace ya mucho tiempo que el Gobierno Sánchez no dispone de la estabilidad parlamentaria indispensable para aprobar unos Presupuestos o cualquier otro asunto importante, pero ... le alcanza para resistir en el poder porque, al otro lado, el PP no es capaz de construir una mayoría alternativa. En la peor coyuntura posible, cuando el segundo mandato de Trump ha cambiado su alianza con Europa, en lo que respecta a la invasión de la Rusia de Putin a Ucrania y a la ofensiva arancelaria, a los socialdemócratas y conservadores alemanes les ha faltado tiempo para armar un Gobierno de concentración, pero en España a Sánchez le sirve el nuevo paisaje para reforzar el muro ideológico frente al PP. Con Feijóo, ni siquiera para enterrar al Papa ni para descubrir el misterio del gran apagón ni para ninguna otra cosa.
A Sánchez, por ejemplo, no le hubiera costado mucho contar con el respaldo del PP para avalar los 10.500 millones del rearme y así alcanzar el 2% del Presupuesto que exigen los socios europeos, más las migajas de la munición israelí, pero prefirió presentarse a cuerpo gentil con lo que él llama Plan de Defensa y Seguridad para que desde la izquierda radical no le llamen 'señor de la guerra'. Bueno, lo de Sumar, Izquierda Unida y Podemos le aprieta, pero no le ahoga, porque el objetivo de la doble o triple izquierda convaleciente es la supervivencia en el Gobierno Sánchez, el actual o el del futuro. Más difícil es hacer frente al chantaje periódico de los nacionalismos, pero experiencia le sobra en estos menesteres.
Sánchez tirará de manual de resistencia mientras le sea posible. Nada de convocar elecciones si no está claro el triunfo, ni aunque Tezanos le prometa diez puntos de ventaja en el CIS. ¿Cómo defenderá mejor a su esposa, a su hermano y a su fiscal general de la investigación judicial? Desde el poder, naturalmente.
En la acera de enfrente, a Alberto Núñez Feijóo tampoco se le ve ya dispuesto a ofrecer un cheque en blanco para ayudar al Gobierno en las políticas de Estado como en otros momentos, porque nunca le ha servido de nada. En la Interparlamentaria de Sevilla –con presencia de una quincena de dirigentes cántabros–, Feijóo y Moreno Bonilla dieron a Sánchez por finiquitado. Ahora le piden elecciones todos los días, pero no suena muy verosímil.
PSOE y PP se enzarzan sin descanso en la batalla por el relato de cada semana, de la dana al apagón, de la defensa a la política europea, de la economía a la migración. Claro que el combate de la comunicación es desigual: profesionales contra juveniles. Una mañana sale Sánchez o alguno de sus portavoces a hablar de Ayuso y de su novio, de la ultraderecha o del cohete en el que navega nuestra economía y una hora después un militante de La Albericia te replica los mismos argumentos con las mismas palabras que le han llegado al móvil desde Madrid. Si Feijóo está inspirado otra mañana para hablar de las relaciones con Junts o PNV, de Trump o de la inmigración, en las horas siguientes Tellado, Semper y González Pons largarán versiones diferentes y hasta contradictorias, el votante no sabrá a qué atenerse y Vox hará caja.
El caso de Vox es paradigmático. Durante mucho tiempo el PP se quejó amargamente de que la precipitación de Carlos Mazón para pactar su investidura con Vox tras las elecciones autonómicas de 2023 le hizo mucho daño al conjunto del partido dirigido por Feijóo en las generales del verano de ese mismo año. Pues Mazón, para muchos populares un cadáver político por su gestión de la dana, vuelve a marcarle el paso a su partido con otro pacto presupuestario con Vox. Y no solo eso: desde la calle Génova animan a otras comunidades a firmar acuerdos similares. Y justo cuando Isabel Díaz Ayuso acaba de decir que la nueva deriva de Vox en el plano internacional, tan incrustada en la ultraderecha de Trump, Orban y Milei, y en el apoyo a Putin, le inhabilitan como aliado del PP.
Hoy como ayer, las relaciones entre el padre PP y el hijo rebelde Vox siguen siendo muy difíciles de asimilar para los dos partidos y del mismo modo sigue vigente y eficaz la crítica desde la izquierda y los nacionalismos hacia el conjunto de la 'derechona'.
Los sondeos son elocuentes, sin grandes raptos de euforia pero bastante contundentes. Como regla general, PP y Vox sumarían en las elecciones legislativas en torno a los 190 diputados, una mayoría muy holgada pero ya vemos también que una convivencia muy incómoda. Calculan con optimismo en el PP que si los 150 escaños que se le asignan hoy crecieran hasta los 165 cuando lleguen las urnas a lo mejor podrían gobernar solos, en minoría, sin Vox como aliado estable sino con una geometría variable. O sea, como en Cantabria.
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