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David González
Sábado, 7 de junio 2025, 00:27
Como cada mañana, Ana Aguirrezabal abrió el bar 'Acua', en el barrio de Santa Lucía en Vitoria, para limpiarlo y dejarlo listo para su apertura. Cuando llegó la primera camarera, a eso de las 6.50 horas, descubrió su cadáver. Ana tenía 34 años. Era «alta, guapa, rubia, muy reservada». Y estaba en el lugar y momento equivocados.
Aquel 14 de diciembre de 2000, pocos en el barrio conocían que un violador homicida andaba suelto por la zona mimetizado como un vecino más. Respondía al nombre de Guillermo Fernández Bueno, un albañil cántabro de 23 años y que apenas llevaba unas pocas semanas en la capital alavesa. Vivía de alquiler con su hermano a escasos metros de la escena del crimen.
«Aunque eran tiempos en que los asesinatos llevaban el sello de ETA, las primeras investigaciones de este crimen enseguida se derivaron hacia una razón sexual. Aquello dejó, sin duda alguna, en la población vitoriana una tristeza muy grande y una preocupación dentro de la Policía Local y de la Ertzaintza», comparte Miguel Ángel Echevarría, entonces concejal de Seguridad Ciudadana.
Un cuarto de siglo después muchos se acuerdan en este barrio vitoriano de aquel asesinato. Preso desde entonces, Guillermo ha regresado a la primera plana desde la oscuridad de su celda, ahora en Aragón. Hace unos días, el Tribunal Supremo desestimó su petición de rebaja en dos años de su condena en base a la ley del 'sólo sí es sí'. Pedía un beneficio «con efecto retroactivo». Sellada esa última vía de escape judicial saldrá en libertad el 8 de julio de 2026, con 49 años y más de media vida malgastada entre rejas.
«Estamos hablando de un doble violador y asesino», reproducen agentes de la Policía autonómica participantes en su captura. Porque sólo un mes antes del crimen del bar 'Acua', Guillermo agredió sexualmente a una panadera tras colarse de madrugada en su tienda mientras preparaba el género. Esta víctima, a la que amenazó de muerte si contaba lo sucedido, resultaría fundamental en la detención de este autónomo acostumbrado a moverse de obra en obra por varias ciudades de España.
La violencia con que se empleó con Ana sorprendió a los investigadores de la Ertzaintza. La víctima recibió un botellazo que la dejó aturdida. Fue violada mientras fue asfixiada. El asesino la remató con varios cortes en el cuello. «El autor, del que al principio desconocíamos su identidad, se había empleado con una violencia y un sadismo extremo». rebobinan agentes participantes en aquel caso con resultado mortal.
Ertzaina
Participante en la investigación
«La víctima había fregado el suelo. El asesino no contó con que estaba todo impoluto. Fue el primero en entrar. Hallamos algunas huellas de unas zapatillas muy características y se investigó a partir de ahí», indican estos policías, varios ya jubilados. También resultaron fundamentales «unas gotas de sangre» detectadas en la barra del local. Pertenecían al asesino. Lo mismo que unos restos de fibras de la chaqueta y del pantalón de ese hombre hallados en el cuerpo de la víctima.
Ajeno a esta investigación, Guillermo continuó yendo a este establecimiento hostelero como si nada. Era cliente habitual. El 6 de enero de 2001, gracias a las evidencias obtenidas y al testimonio de la panadera violada, ertzainas de paisano le detuvieron cuando jugaba a la máquina tragaperras en el 'Acua'. Tres días más tarde, tras confesar el crimen que no la agresión sexual, ingresó en el centro penitenciario de Álava, más conocido como Zaballa, ante la contundencia de las evidencias en su contra.
«Mi teoría por la violencia empleada y porque trabajaba de albañil, lo que le permitía moverse de ciudad en ciudad, es que puede que hubiese violado antes, o incluso matado», desvela uno de los investigadores policiales, ya retirado del servicio. Esta hipótesis nunca pudo probarse.
En mayo de 2002 encajó la primera sentencia condenatoria. La Audiencia Provincial de Álava le impuso 9 años de cárcel por la violación de la panadera. El fallo aludió a una «cazadora roja» que vestía aquella mañana, coincidente con las fibras localizadas en el bar del barrio de Santa Lucía. La resolución destacó asimismo la «peligrosidad» del joven cántabro.
Seis meses más tarde, este albañil afrontó su segundo proceso penal por «asesinato» y «agresión sexual». Lo hizo con un look muy alejado del que gastaba antes de su arresto. Se cortó la coleta punky. La cambió por una cuidada melena, gafas de bibliotecario y traje.
Negó el crimen, también la violación. «No dejé de ir al bar 'Acua' porque no la maté», soltó. El grueso de las pruebas en su contra fue tan contundente que la estrategia le sirvió de bien poco. Los psiquiatras que le examinaron le definieron como una persona «muy peligrosa para sí mismo y para los demás». Uno incluso le definió como «antisocial» y de una personalidad «sádico-agresiva», probablemente por el maltrato sufrido de pequeño a manos de su madre.
El magistrado Jesús Poncela, recién llegado a la plaza, le castigó con 17 años y medio por asfixiar y cortar el cuello a Ana y con otros 9 años por la agresión sexual. En total, 26 años. «Durante todo el juicio me pareció frío, muy frío. Después de tanto tiempo destacaría esa mirada gélida», evalúa hoy el actual presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Provincial de Álava, quien semanalmente decide sobre presuntos agresores sexuales, asesinos, ladrones, timadores o corruptos.
A partir de ahí desfiló por tres prisiones distintas hasta acabar en 2009 en El Dueso, en Santoña, más cerca de su familia. Entre medias, su abogado logró refundir sus diferentes sentencias –con una suma global de 35 años– y rebajarlas a los 26 actuales.
Jesús Poncela
Magistrado que le condenó a 26 años de prisión
Completó un curso para reinsertar violadores, obtuvo plaza en la enfermería del presidio. Esa buena senda desembocó en la concesión de permisos de hasta tres días. Inició una relación amorosa con una voluntaria de la pastoral penitenciaria de El Dueso. Tres veces solicitó el tercer grado y tres veces se lo denegaron tras recurrir la Fiscalía.
Al poco de ese tercer revés, le concedieron su primer permiso de una semana. Del 15 al 22 de julio de 2018. Durante esos días de ventaja recorrió la península en una furgoneta Volkswagen junto a su novia. Pasaron en ferry a Marruecos. Cruzaron Mauritania y se internaron en Senegal. «Para entonces ya se le buscaba», desvelan medios policiales. Como precaución, Guillermo usó en cada paso fronterizo un pasaporte falso. «Pero su novia mostró el suyo, por lo que supimos dónde estaba y prever hacia dónde podrían ir».
Alertada desde España, la Policía senegalesa les detuvo en el paso fronterizo de Karang. Habían recorrido casi 4.400 kilómetros.
Sin tratado de extradición, Guillermo permaneció recluido en una cárcel senegalesa del 30 de julio de 2018 al 12 de diciembre de 2019. «No me quiero ni imaginar cómo será la vida allí», se sincera un funcionario de la prisión alavesa de Zaballa, donde el protagonista de esta historia estuvo un tiempo.
Reubicado en Zuera (Zaragoza), su última jugada fue apelar a la ley del 'sólo sí es sí' para recortar su estancia penitenciaria. «De haberse estimado su recurso habría logrado una rebaja de hasta dos años y andaría ya en libertad», precisan medios judiciales. Pinchó en hueso. La Audiencia Provinvial de Álava y, ahora, el Tribunal Supremo le obligan a cumplir hasta el último minuto de condena. Ese momento llegará el miércoles 8 de julio del próximo año.
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