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¡Oh Mouro! ¡Ah el Cervantes! ¡Ay, cuánto azulacerado bocarte frito del alto Sardinero devoraremos antes de presentar suelas!
Plazuela de Pombo

¡Oh Mouro! ¡Ah el Cervantes! ¡Ay, cuánto azulacerado bocarte frito del alto Sardinero devoraremos antes de presentar suelas!

Consideremos las exclamaciones formadas por un único grupo nominal que provocan nuestro movimiento del ánimo

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 2 de mayo 2025, 07:17

Cristina Sánchez López acaba de prorrumpir en la Real Academia Española con un modoso bien entonado artículo acerca de la exclamación, que sitúa entre la retórica y la gramática y que ahora, con una finalidad propagandístico pedagógica, voy a destripar.

El poeta Fernando de Herrera escribió en 1580, en su comentario a un texto de Garcilaso — «¡Oh miserable estado! ¡Oh mal tamaño!»—, que, por virtud de la exclamación, «con más intensa pronunciación declaramos el movimiento de nuestro ánimo». Yo mismo soy un poeta apayasado con gran frecuencia exclamativo. Esta plazuela de Pombo va a dar a una calleja autobiográfica, disculpen ustedes. La intención de Cristina Sánchez es «analizar el papel de la exclamación en la estructura interna de la materia poética». Podríamos añadir, sin embargo, que lo que se organiza, el estado mismo anímico del poeta a la hora de escribir. El mundo le parece a Jorge Guillén objeto de una exclamación continua en este poema: «¡Oh luna, cuánto abril! / ¡Qué vasto y dulce el aire! / ¡Todo lo que perdí / volverá con las aves!». Recordemos que Guillén es en gran medida un poeta deíctico, propenso a decir «¡oh, mesa!» ante una mesa. «¡Oh botella sin vino! / ¡Oh vino que enviudó de esta botella!»; César Vallejo también es un poeta deíctico propenso a la configuración exclamativa. ¿Quién enviudó de quién? ¿La botella del vino o el vino de la botella? «¡Oh siempre, nunca dar con el jamás de tanto siempre!». Estos ejemplos nos valen para saber el lector de qué va. Nos dice Cristina Sánchez que, dependiendo de la importancia que la exclamación tenga respecto del contenido del poema, pueden distinguirse dos casos: uno, la breve secuencia exclamativa se inserta en una unidad discursiva más extensa no exclamativa y su valor informativo es secundario (apóstrofe); otro caso, la exclamación cierra una unidad estrófica culminando el contenido del poema completo (aclamación o epifonema). Hasta aquí los retóricos, ahora los gramáticos.

Desde el punto de vista del gramático no hay acuerdo en cuál es el contenido propio de las construcciones exclamativas. Por ejemplo, «¡El! Cervantes». ¿Es el «el» de «¡el!» una exclamativa con contenido propio? Sí.

El alcance de «¡Oh Mouro!» es visible a ojos vistas. Cualquiera que recuerde ese alto y macizo islote que precede a la entrada de la bahía pensará en una gran piedra que girarán los gigantes obturantes si les sale de las narices y cerrará el puerto de Santander.

No por casualidad, desde luego, ha dado Cristina Sánchez López con una mota de polvo supersónica: el uso de la exclamación. La larga cola de poetas exclamativos encabezada por mí rodea dos veces el bloque de su piso de Madrid. Justiprecio. Pero no solo, ¡oh señoras y señores!, no hemos terminado, sino que, ¡ay!, no hemos empezado tan siquiera. Todo va de mal en peor aquí en España. ¡España, aparta de mí este cáliz! El cáliz español, el de amargura, se alivia con reflexiones punzantes y modestas como esta de Cristina que ahora examino.

Consideremos las exclamaciones formadas por un único grupo nominal que provocan nuestro movimiento del ánimo. Estas exclamaciones nominales pueden ir encabezadas por el exclamativo «qué», que de manera inequívoca señala su construcción como exclamativa. Esta exclamación nominal pondera el sustantivo mismo, de manera que se destacan todas las propiedades asociadas a su extensión, que son objeto de una ponderación ostensible. ¡Qué ricos bocartes! Todas las exclamaciones nominales encabezadas por «qué» expresan que las propiedades atribuidas al nombre se dan en un grado sumo». ¡Qué boquerones verdiazules nos zampamos fritos! Este «qué» provoca expresión de alegría o de lamento. He mencionado lo de los boquerones porque no hay nada que dé más alegría a la vida, con la excepción, quizá, de la propia vida miserable. «¡Oh dulces prendas de perder tan caras!». 

Nos dice Cristina Sánchez que las interjecciones «¡oh!», «¡ah!», son denominadas expresivas o sintomáticas por la RAE. «O tempora, o mores!» que cerraba toda la catilinaria ciceroniana entera. «¡Qué tiempos más asquerosos!», es lo que quería decir en realidad. Pero nada ni nadie quitará a los bocartes su frescura ni a la propia boca la delicia de paladearlos. ¡Venga usted a Santander este verano y verá lo que vale un peine!

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